¿Libertad de expresión, chistes, halagos o comentarios violentos?
La gordofobia está tan arraigada en nuestra cultura que hay momentos en los que ni siquiera somos conscientes de que la estamos ejerciendo. Cuántas veces hemos recibido comentarios sobre nuestros hábitos alimenticios, vestimenta, peso o apariencia. Cuántas veces hemos fingido una sonrisa o un “gracias” al escuchar un supuesto cumplido.La cuestión radica en por qué creemos tener el derecho a opinar sobre los cuerpos ajenos. “Las libertades traen responsabilidades. Creemos que bajo la libertad de expresión podemos decir cualquier cosa”, comenta Brenda. No es lo mismo opinar sobre el aspecto de otros cuando nos preguntan o piden un consejo que cuando no lo hacen.La activista por la diversidad corporal cuenta que “hay personas que han deseado tener enfermedades graves para bajar de peso” como por ejemplo, gastroenteritis o apendicitis. “Hay gente que desea tener el virus, o al menos hacen chistes sobre eso, para bajar de peso. Pero hay personas que lo dicen en serio. Me parece que es ahí cuando se cae todo el discurso”, porque en definitiva, el mensaje de fondo es “prefiero estar muerto a estar gordo”. Es allí donde los límites del humor se ponen en juego, hay que comprender dónde, cuándo, sobre qué y cómo se hace un chiste.
A las supuestas bromas se le suman frases instaladas en conversaciones informales, que perpetúan la violencia en lo discursivo. “Comer sin culpa”, “en septiembre me mudo al gimnasio para llegar al verano”, “no como hasta al casamiento para entrar en el vestido”, “mañana empiezo la dieta líquida”, “meter panza en las fotos”, “estar divina” (referida a estar flaca), entre muchas otras que escuchamos o decimos a diario. Estas ideas instalan la creencia de que ser gordo es lo peor que puede pasarte en la vida.Las palabras tienen una carga simbólica, producen un efecto en quien las oye y avalan algunas actitudes. “Llegar al verano no es una carrera. Hace treinta años que llego al 31 de diciembre y me pongo bikini. Lo peor que podemos hacer es ese cambio abrupto de peso. Me interno en septiembre y en marzo empiezo a comer como si no hubiera un mañana. ¿Cuál es el sentido? ¿No es mejor encontrar un equilibrio, algo que pueda sostener en el tiempo?”, cuestiona Mato.Los hábitos alimenticios y la actividad física
Es interesante la nueva tendencia de algunos nutricionistas y entrenadores de cambiar la relación con la comida y la actividad física; dejar de creer que el deporte es solo para algunos, dejar de verlo como castigo y para bajar de peso, dejar de buscar resultados corporales inmediatos y poder sentir placer al comer rico y variado sin privarnos de nada.
Según la modelo body positive, la gimnasia debería “ayudarnos a conocer nuestro cuerpo, darnos nuevas habilidades y fortalecernos”. Esto se antepone a los nutricionistas de la vieja escuela que sacan de un cajón una hoja con un plan de dieta, sin explicar cómo alimentarnos de manera saludable, haciéndote sentir que la única alternativa es adelgazar y si no estás fracasando. Brenda disfruta mucho de la danza, pero en sus redes intenta no mostrarse mucho haciendo actividad física porque recibe comentarios del estilo “te pusiste las pilas”, asumiendo que si no lo mostraba antes es porque no lo estaba haciendo.
Entonces, ¿deberíamos prestar más atención a lo que decimos o dejamos de decir sobre los cuerpos de otras personas? ¿Estamos viviendo un cambio de paradigma con respecto a la mirada sobre nuestros cuerpos, la relación con la alimentación y la actividad física?
Quizás se pueda comenzar por escuchar más a los demás, hablar menos sobre sus apariencias y sentimientos, no engañarnos por los filtros de instagram ni aspirar a los mismos, priorizar la salud mental, seguir luchando para que se cumpla la Ley de Talles, cuidar nuestros cuerpos internamente más allá de cómo nos veamos por fuera y continuar el camino hacia una sociedad más plural, más diversa y más inclusiva.
Fuente Lucía Borello para Télam
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