Washington descarta, de momento, autorizar a Kiev el uso de los misiles de largo alcance ATACMS y Storm Shadow para atacar objetivos militares en el interior de Rusia. No obstante, la decisión final está en el aire y la Casa Blanca evalúa sus inquietantes consecuencias. Moscú afirma que tal paso supondría la guerra con la OTAN y Estados Unidos se toma más en serio que sus aliados europeos la línea roja trazada por el Kremlin.
Este viernes, el líder ucraniano, Volodímir Zelenski, recibió un jarro de agua fría cuando ni el presidente estadounidense, Joe Biden, ni el primer ministro británico, Keir Starmer, reunidos en Washington, dieron esa autorización, que en Kiev daban ya por inminente, después de semanas de presiones sobre sus aliados.
Incluso Canadá, miembro también de la OTAN, mostró en las últimas horas su apoyo al empleo de los misiles de largo alcance contra Rusia. Según el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW), con sede en Estados Unidos, si se levanta ese veto, 200 objetivos clave rusos, como bases, centros de mando y arsenales, estarían al alcance de los misiles occidentales más destructivos disparados por el Ejército ucraniano.
Pero EEUU sopesa los pros y los contras, que son muchos, sobre todo cuando las elecciones presidenciales están a la vuelta de la esquina, en noviembre. Y aunque Londres quiere dar ese permiso, sus acuerdos militares con Washington sobre este tipo de misiles, que incluyen tecnología estadounidense, bloquean aún la autorización.
El asesor de comunicaciones de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Kirby, fue tajante sobre la reunión entre Biden y Starmer, y el asunto de los misiles: "No hay, al respecto, ningún cambio en nuestra política".
Según el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, en realidad la Casa Blanca ya habría decidido dar ese permiso y en cuestión de días se podría levantar ese veto.
Por eso, el presidente ruso, Vladímir Putin, no dudó en amenazar directamente esta semana a la OTAN con una conflagración armada si EEUU, Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia autorizan el uso de los misiles que han donado a Ucrania contra instalaciones militares rusas a cientos de kilómetros del campo de batalla.
"No se trata de permitir que el régimen ucraniano ataque a Rusia con estas armas o no. Se trata de decidir si los países de la OTAN se involucran directamente o no en un conflicto militar" contra Rusia, dijo Putin a la televisión estatal rusa.
"Si se toma esta decisión, no significará otra cosa que la participación directa de los países de la OTAN, Estados Unidos y los países europeos en la guerra en Ucrania. Será su participación directa y esto, por supuesto, cambiará significativamente la situación, la esencia y la naturaleza misma del conflicto", agregó.
Según Putin, los datos satelitales de los blancos rusos y la programación real de las rutas de vuelo e impacto de los misiles tendrían que ser aportados y calculados por personal militar de la OTAN, al no disponer Ucrania de esa capacidad tecnológica.
Putin amenazó con tomar "decisiones apropiadas" si se materializa esta amenaza, sin precisar qué tipo de medidas adoptaría. Sin embargo, las reiteradas alusiones en los últimos días de altos dirigentes rusos y del propio Putin al inminente cambio de la doctrina nuclear militar rusa dejan pocas dudas sobre la naturaleza de esa disuasión.
Este sábado, uno de los lugartenientes de Putin, el expresidente ruso y actualmente miembro del Consejo de Seguridad de Rusia, Dmitri Medvédev, subrayó que "una respuesta nuclear es una decisión extremadamente compleja de consecuencias irreversibles". Sin embargo, apuntó, "toda paciencia tiene un límite".
La advertencia de Medvedev hace sonar todas las alarmas, pues refleja la creciente opinión entre los halcones más radicales del Kremlin, la Duma y el ejército rusos de que es necesario hacer entender a Occidente que Rusia podría usar armas nucleares de forma preventiva y con un alcance limitado, y no solo si es objeto ella misma de un ataque atómico.
Y se recuerda que EEUU ya utilizó armas nucleares para poner fin a la guerra con Japón, en agosto de 1945, y abrir paso a las negociaciones de paz.
En Europa no se toman muy en serio las advertencias rusas, se las considera mera propaganda y crece el respaldo al uso de los misiles ATACMS, Storm Shadow (británicos) y Scalp (franceses). En Alemania, la presión es también grande para entregar a Ucrania misiles Taurus, también de largo alcance, y en Italia de momento hay dudas para permitir el uso por Kiev de los Storm Shadow donados por Roma.
Pero es EEUU el que, realmente, tiene la última palabra. En el Pentágono ya se analizan las posibles respuestas rusas, poniéndose en lo peor, desde un ataque nuclear táctico contra Ucrania o la destrucción de las partidas de misiles que habrán de llegar a territorio ucraniano incluso directamente en los países de la OTAN desde donde se despachan esas armas.
Envíos que deberán ser cuantiosos, si se quiere que tengan algún efecto en la guerra. Sin embargo, ni los estadounidenses ni sus aliados europeos andan sobrados de este tipo de armamento y no pueden disponer de todos sus arsenales para Ucrania si, además, hay una amenaza rusa de guerra total.
Los aliados creen que Rusia no se arriesgaría a una confrontación abierta con la OTAN (que podría llevar a la destrucción mutua asegurada) si se autoriza el uso de esos misiles o incluso, como pide Kiev, se derriban desde los países vecinos de Ucrania misiles lanzados por Rusia contra las infraestructuras y las ciudades ucranianas.
Por su parte, los estrategas del Kremlin creen que si hay un ataque quirúrgico ruso contra una base de la OTAN vecina a Ucrania desde donde se envían esos misiles o se despachan F-16 para la fuerza aérea ucraniana, ni EEUU ni Bruselas se arriesgarán a una guerra convencional, y menos aún una nuclear, contra Rusia.
Ante tales incertidumbres, la escalada de tensión está asegurada. Este es el mayor momento de riesgo de confrontación directa entre Occidente y Rusia desde que comenzó la guerra de Ucrania el 24 de febrero de 2022 con la invasión rusa. Y es un gravísimo error pensar que, si hasta ahora Moscú permitió que Bruselas y Washington cruzaran una línea roja tras otra en su creciente involucración en la guerra, no pueda el Kremlin considerar el próximo desafío como una declaración de guerra sin retorno.
Las elecciones del 5 de noviembre en Estados Unidos marcan también la decisión que pueda tomar Biden. El rival de la vicepresidenta Kamala Harris, el expresidente Donald Trump, ha prometido poner fin a la guerra de Ucrania si gana los comicios. Sus lazos de antaño con Putin hacen tal opción muy plausible. O por lo menos la alternativa de dejar a Europa sola en su apoyo a Ucrania.
Y la amenaza de una guerra mundial no es precisamente la promesa electoral que quieren escuchar los votantes estadounidenses.
Por eso crece el nerviosismo en Kiev. Zelenski tiene muchos frentes abiertos para involucrar directamente a Occidente en la guerra, que es su ciega estrategia desde el principio de la contienda, y ninguno acaba de dar frutos.
El presidente ucraniano ha llamado a la convocatoria de una nueva conferencia internacional de paz sobre su país, similar a la celebrada en Suiza en junio y que, al no haber invitado a Rusia, fue desdeñada por buena parte de la comunidad mundial.
Ahora Zelenski quiere un nuevo foro de paz que se celebraría en noviembre, con Rusia incluida. Pero para acudir con fuerza a esta reunión, el líder ucraniano necesita algún tipo de victoria, siquiera pírrica, sobre Rusia.
Y los misiles de largo alcance occidentales volando rumbo a Moscú se la podrían proporcionar, independientemente de que no cambien el curso de la contienda.
Sin embargo, el tiempo juega en contra de Ucrania. La ofensiva lanzada por Kiev el 6 de agosto en el sur de Rusia, con la ocupación de un pequeño sector de la región de Kursk, corre el riesgo de fracasar y de que miles de sus tropas queden aisladas en territorio enemigo por la contraofensiva rusa de los últimos días.
Este sábado, el Ministerio de Defensa ruso informó de que su Ejército impidió en las últimas 24 horas al menos cinco intentos ucranianos para penetrar nuevamente en Kursk en apoyo de los miles de soldados allí desplegados y que podrían quedar envueltos en una bolsa por los rusos.
Las noticias no son halagüeñas tampoco desde el frente del este, donde los rusos siguen avanzando en la región de Donetsk con el objetivo de tomar Prokovsk, una ciudad importantísima, como centro militar y nudo de comunicaciones y tránsito de suministros.
Por eso, Biden, tras su reunión con Starmer, quiso lanzar un mensaje de retórico optimismo. "Está claro que Putin no prevalecerá en esta guerra. El pueblo de Ucrania prevalecerá", afirmó. Las palabras del primer ministro británico fueron, sin embargo, más inquietantes. Los próximos meses, dijo Starmer, "serán muy importantes" para el rumbo de la guerra.
Para los ucranianos, efectivamente, los meses próximos serán cruciales. Pero hay muchos imponderables que deben cumplirse: que puedan atacar el corazón de Rusia con misiles occidentales, que la ayuda estadounidense en armas (hasta el momento 55.000 millones de dólares) no cese, gane quien gane las elecciones de noviembre, y, sobre todo, que Moscú se quede quieto sin responder a estas amenazas, lo que está claro que no va a suceder.
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